A mi llegada a Amberes no conocía ninguno de los artistas de los que me hablaban, hasta que descubrí que nuestro español transforma todo aquello que toca y nada es como creemos.

140,5 x 149 cm.

Me maravilló el espacio del cual disponían para el cuarto año de pintura, un enorme local para sólo siete personas, y pensar que en nuestro centro no se podía dar un paso atrás sin tropezarnos con el caballete del compañero. ¡Qué bien, pensé!


Pocos profesores nos prestaban atención, pero siempre alguno lo hace y en mi caso, recuerdo a Pat Harris y Fred Bervoets, con este último mi obra se fue transformando.
133,7 x 69,5 cm.

Experimenté lo que era pintar con un escobillón y es que poca gracia le hacía mis pequeños pinceles y lo marcado del dibujo para su visión académica de lo que es Pintura, «la mancha ante todo». Discutíamos en nuestro torpe y omnipresente inglés, pero aún así nos entendíamos. Fuí cediendo a lo que me proponía, mi pincelada se fue soltando más y más, mantuve el color y la luz haciendo aguadas como si fuesen grandes acuarelas.

179,3 x 138,6 cm.

Y su causa fueron unas pequeñas acuarelas que le había enseñado, su luz, lo que más le maravilló y no es de extrañar si comparamos su grisácea luz con la de mi tierra tan blanca que casi ciega.

179 x 104,8 cm.

El tamaño de los soportes también creció, así como la dinámica y ritmo en la elaboración de los cuadros. Si hasta ahora para mí lo normal era elaborar cuadro por cuadro en función de un objetivo, allí se hacían varios a la vez y la obra era completamente personal, probablemente por estar en el último curso.


Me parece fascinante ver el cambio que se genera en un lugar y en otro, en nuestras vidas y como consecuencia en nuestros trabajos.

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